Hoy es uno de esos días tristes, muy tristes, porque la gran dama de la literatura española, Doña Ana María Matute Ausejo, nos ha dejado a los casi 89 años en su piso de Barcelona aquejada de una enfermedad respiratoria . Muere uno de los últimos testigos de la segunda Edad de oro de las letras españolas y deja así un poco huérfanos a sus lectores que habíamos sabido hace pocas semanas que acababa de concluir su última novela, Demonios familiares, porque su cabeza funcionaba perfectamente, pero no le seguía el cuerpo. Será publicada por editorial Destino este septiembre.
Fue una mujer moderna, inconformista y
profundamente sabia. Como las grandes personas, “no se las daba de lista” y
decía que sus cuentos favoritos eran La sirenita y El patito feo.
Escribió literatura infantil mientras su hijo fue
pequeño para él y para sus amigos, pero, cuando vio que estos niños se
afeitaban el bigote dejó de hacerlo porque carecía de sentido.
Comenzó a escribir con cinco años porque deseaba
escribir cuentos como los que a ella le leían. Fue una niña intrépida que no
quiso tejer ni coser porque prefería subirse a los árboles. Comenzó a escribir
porque era tartamuda y no se atrevía a hablar, de hecho su madre llegó pensar
que era muda. Cuando la castigaban en el cuarto oscuro ella inventaba historias
y se las contaba a su amiga imaginaria. Allí descubrió que tenía algo de maga y
que con su ingenio nunca se sentiría sola. Tenía un muñeco de trapo que le
trajo su padre de Londres cuando ella era niña y que siempre llevaba con ella,
hoy el muñeco se ha quedado solo, o quizás su hijo se lo ha dejado para que tenga
a quien contarle sus cuentos en esta nueva versión del cuarto oscuro.
Escribió su primera novela con 17 años,
Pequeño teatro, y la publicó once años más tarde en un momento en el
que sólo escribían Carmen Laforet y ella; a partir de ahí su carrera como
novelista parecía ascender imparablemente hasta que en 1952 se casa con el escritor Ramón Eugenio Goicoechea y en
1963 se separa de su marido. Pierde la tutela de su único hijo Juan Pablo. Esto
le causa tremendos problemas emocionales porque eran tiempos en los que las
mujeres separadas no tenían derechos. Para librarse de esta tristeza necesitó
aferrarse fuerte a la escritura, mucho tiempo,
un autoexilio a Boston y alguna dosis de wiski.
Más tarde encontró el amor junto a Julio Brocard y
con él vivió hasta el fallecimiento de éste en 1990.
Su estilo es duro, como la vida, decía ella, y
esto se refleja sin paliativos en la
trilogía de Los Mercaderes (Primera memoria, los soldados lloran de noche y La
trampa), y sobre todo una
novela que le concedió la fama definitiva dentro y fuera de España Rey
Gudú.
Por suerte, su valía
literaria fue reconocida con premios de gran importancia desde el Nadal en 1959 por Primera memoria, al
Planeta 1954 por Pequeño teatro,
pasando por el Nacional de las Letras
Españolas en 2007 y por supuesto el Premio Cervantes que recibió en 2010 y que le hizo vivir uno de los
días más felices de su vida. Fue incluso nombrada para el premio Nobel de
Literatura, aunque lo ganó Saúl Bellow.
Otro reconocimiento que, sin duda, la hizo muy
feliz fue su entrada en la Real Academia Española para ocupar el sillón K, del
que tomó posesión en enero de 1998 con el discurso titulado En el
bosque, en el que explicó qué
había supuesto para ella la escritura.
Esta mujer
que nunca dejó de inventar porque quería vivir y que se agarró con uñas y
dientes al faro de la literatura para navegar por muchas de sus tormentas, ha
cruzado hoy las aguas de la laguna estigia
de la mano de Caronte que elegantemente ha cogido su mano para ayudarle
a subir a su barca. Descanse en paz.
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