jueves, 26 de junio de 2014

In memoriam: Ana María Matute (Por Katy Rioja)


Hoy es uno de esos días tristes, muy tristes, porque la gran dama de la literatura española, Doña Ana María Matute Ausejo, nos ha dejado a los  casi 89 años  en su piso de Barcelona aquejada de una enfermedad respiratoria .  Muere uno de los últimos testigos de la segunda Edad de oro de las letras españolas y deja así un poco huérfanos a sus lectores que habíamos sabido hace pocas semanas que acababa de concluir su última novela, Demonios familiares, porque su cabeza funcionaba perfectamente, pero no le seguía el cuerpo. Será publicada por editorial Destino este septiembre.
Fue una mujer moderna, inconformista y profundamente sabia. Como las grandes personas, “no se las daba de lista” y decía que sus cuentos favoritos eran La sirenita y El patito feo.
Escribió literatura infantil mientras su hijo fue pequeño para él y para sus amigos, pero, cuando vio que estos niños se afeitaban el bigote dejó de hacerlo porque carecía de sentido.
Comenzó a escribir con cinco años porque deseaba escribir cuentos como los que a ella le leían. Fue una niña intrépida que no quiso tejer ni coser porque prefería subirse a los árboles. Comenzó a escribir porque era tartamuda y no se atrevía a hablar, de hecho su madre llegó pensar que era muda. Cuando la castigaban en el cuarto oscuro ella inventaba historias y se las contaba a su amiga imaginaria. Allí descubrió que tenía algo de maga y que con su ingenio nunca se sentiría sola. Tenía un muñeco de trapo que le trajo su padre de Londres cuando ella era niña y que siempre llevaba con ella, hoy el muñeco se ha quedado solo, o quizás su hijo se lo ha dejado para que tenga a quien contarle sus cuentos en esta nueva versión del cuarto oscuro.
Escribió su primera novela con 17 años, Pequeño teatro, y la publicó once años más tarde en un momento en el que sólo escribían Carmen Laforet y ella; a partir de ahí su carrera como novelista parecía ascender imparablemente hasta que en 1952 se casa con  el escritor Ramón Eugenio Goicoechea y en 1963 se separa de su marido. Pierde la tutela de su único hijo Juan Pablo. Esto le causa tremendos problemas emocionales porque eran tiempos en los que las mujeres separadas no tenían derechos. Para librarse de esta tristeza necesitó aferrarse fuerte a la escritura, mucho tiempo,  un autoexilio a Boston y alguna dosis de wiski.
Más tarde encontró el amor junto a Julio Brocard y con él vivió hasta el fallecimiento de éste en 1990.
Su estilo es duro, como la vida, decía ella, y esto se refleja sin paliativos  en la trilogía de Los Mercaderes (Primera memoria, los soldados lloran de noche y La trampa), y sobre todo una novela que le concedió la fama definitiva dentro y fuera de España Rey Gudú.
                Por suerte, su valía literaria fue reconocida con premios de gran importancia desde el Nadal en 1959 por Primera memoria, al Planeta 1954 por Pequeño teatro, pasando por el Nacional de las Letras Españolas en 2007   y por supuesto el Premio Cervantes que recibió en 2010 y que le hizo vivir uno de los días más felices de su vida. Fue incluso nombrada para el premio Nobel de Literatura, aunque lo ganó Saúl Bellow.
Otro reconocimiento que, sin duda, la hizo muy feliz fue su entrada en la Real Academia Española para ocupar el sillón K, del que tomó posesión en enero de 1998 con el discurso titulado En el bosque, en el que  explicó qué había supuesto para ella la escritura.

 Esta mujer que nunca dejó de inventar porque quería vivir y que se agarró con uñas y dientes al faro de la literatura para navegar por muchas de sus tormentas, ha cruzado hoy las aguas de la laguna estigia  de la mano de Caronte que elegantemente ha cogido su mano para ayudarle a subir a su barca. Descanse en paz. 

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