jueves, 11 de septiembre de 2014

El Tío del Saco

Por José Sánchez Conesa "El tío del saco"

 


Gádor es una pequeña localidad de la provincia de Almería, cuya sierra fue pionera del boom minero que protagonizó el Sureste español en el siglo XIX y, por desgracia, hizo revivir a un personaje del folklore infantil del mundo hispanoamericano como es el Tío del Saco, quien encarna mejor que nadie el miedo del niño a desaparecer. Tío del Saco, Tío Saín, Saineros o Sacamantecas representan el mismo concepto: el forastero desconocido que irrumpe en la localidad con aspecto descuidado de vagabundo y un saco sobre sus espaldas con la aviesa intención de echar en él a todo pequeño que juegue en la calle o en parajes abandonados de la vigilancia de los adultos.
Para contextualizar el crimen de Gádor debemos conocer que el miedo al desconocido lleva a imaginarle como potencial ladrón o asesino y eso siempre se revive en situaciones de inmigración masiva como ocurrió en la sierra de Gádor al calor de la actividad extractiva. Por otra parte, las creencias mágicas estaban muy arraigadas en la población de entonces, sobre todo en el ámbito rural como la idea de que la tuberculosis, patología muy extendida y temida en aquel tiempo, se combatía ingiriendo la sangre de un niño sano y aplicando su saín, o grasa corporal sobre el pecho del enfermo como cataplasma. La revolución industrial generalizó por Europa la sospecha que la grasa humana era de mejor calidad que la grasa de origen animal para emplearla en los engranajes de las novedosas y amenazantes máquinas. A tal fin los burgueses de la industria conseguían los servicios de sicarios para raptar, asesinar y extraer posteriormente la grasa de los cadáveres.
Formaban parte de la folk medicina o medicina del pueblo otras ideas peregrinas como que los huesos humanos o las momias pulverizadas eran elementos altamente benéficos para recuperar la salud en forma de ungüentos o bebedizos que incluso eran vendidos en boticas. Se trajeron momias de Egipto y se profanaron cementerios.
En junio de 1910 Francisco Ortega Rodríguezel Moruno”, rudo y primitivo agricultor de 55 años, fue diagnosticado de tuberculosis. Se puso en las manos de la curandera Agustina Rodríguez González, dispuesto como estaba a cualquier cosa para superar la trágica enfermedad. Agustina dio participación en este asunto al barbero y también curandero Francisco Leona Romero para realizar la arriesgada operación de secuestrar y sacrificar a un inocente infante, acción cifrada en 3000 pesetas que debía abonar “El Moruno”. Hablaron con el hijo de Agustina, apodado “el Tonto” por su deficiencia mental, a quien se le prometió 50 pesetas por su contribución, dinero que deseaba emplear en la adquisición de una escopeta de caza pues hasta ese momento mataba a los pájaros que capturaba arrancándoles la cabeza a dentelladas. Con la ayuda de este fortachón de pocas luces echaron mano a un niño de 7 años de edad, Bernardo González Parra, que se encontraba cogiendo higos mientras su madre lavaba ropa en una cercana balsa. Introducido en un saco y dormido con cloroformo fue transportado hasta un cortijo abandonado donde se le propinó una profunda punzada en la axila para desangrarlo, vertiendo el líquido vital en una olla desde la que el tuberculoso llenaba vasos pues el remedio era eficaz si se ingería aún caliente, añadiéndole azúcar, supongo que para mejorar el sabor. La escena tuvo que ser dantesca porque alguna de las mujeres participantes se desmayaron horrorizadas, sobre todo cuando la criatura despertaba agitado llamando a su mamá. Fue rematado en el suelo de una gran pedrada para proceder a abrirle el abdomen con una navaja y extraerle sus intestinos, utilizados en una cataplasma sobre el pecho enfermo. El muchacho deficiente se encargó de comunicar en el pueblo que halló casualmente, mientras cazaba, el cadáver en una rambla, tapado parcialmente con piedras y matas. Todos llevaban varias jornadas buscándolo.
Las primeras sospechas de la Guardia Civil se dirigieron al barbero, persona que levantaba suspicacias por sus hipotéticas implicaciones en otros hechos delictivos nunca probados, pero contaba con el testimonio de personas que lo exculpaban, lo que nos es de extrañar dado su parentesco con el acalde y cacique local que lo protegía. Aun así fue interrogado reiteradamente provocando en él tal presión que  reaccionó acusando al tonto del conocido como crimen de Gádor, que atrajo a periodistas de varios países. Éste, indignado con el barbero, narró con todo lujo de detalles la muerte del crío a un vecino, quien acudió a la Benemérita para ponerlo en conocimiento de la autoridad. Esta colaboración permitió la detención de todos los implicados, siendo condenados los más comprometidos en la criminal acción a garrote vil, uno de ellos, el barbero curandero, no llegó a sufrir tal ajusticiamiento porque falleció en la prisión envenenado, quizá porque alguien temía que delatara a otros en secuestros y crímenes, sin resolver, que se habían perpetrado en la zona.  Las gentes del lugar guardan memoria de aquello en coplas que hasta hace poco recordaban los mayores para gloria del cabo Mañas, el guardia civil encargado de las averiguaciones.
Sabemos de todos estos detalles por la investigación de Milagros Soler Cervantes basada en el sumario del juicio seguido contra los autores de la cruel matanza. Con razón nuestros mayores nos asustaban tanto, advirtiéndonos que no saliéramos a la calle en las largas horas de las siestas estivales. No en vano años después se dio un trágico acontecimiento que acabó con un niño, que residía en unas casas existentes en la cuesta del Batel, herido por los mordiscos propinados por un desconocido que nunca apresaron a pesar de las batidas organizadas. El hecho tuvo lugar por las inmediaciones del castillo de Los Moros. El crio salvó la vida siendo hospitalizado en el hospital de Caridad, Los Pinos, subrayando la prensa local, con gran alarma, que el Tío del Saco rondaba Cartagena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario