domingo, 25 de enero de 2015

Las ultimas horas del temor a la memoria



En mi letargo estoy acostado, esperando impaciente una llamada, una visita de un amigo que pocos desean.

En el impedimento de luz de la noche, un moribundo candil ilumina mi vida desecha. Mientras que la espera hace crecer el polvo en mi desdichado pesar; disfruto cada aliento como si de un cigarrillo se tratase. De pronto llaman a la puerta al otro lado de la habitación angosta, que sólo por hoy se ve más grande que nunca.

-Amigo mío, la puerta esta abierta- dije sin reparo y con la energías renovadas. Sin embargo nadie respondió a mi voz nocturna. Sin previo aviso, se encontraba aquel amigo sentado en mi mecedor, un compañero que no falla el día de su cita en acudir a la llamada inevitable. Un viento sombrío cruzó todo mi respirar y apagó la llama que me acompañaba en la abnegada noche.

En aquel final del día hasta la oscuridad de mi alcoba se vio eclipsada por las tinieblas de mi destino. El polvo que yacía en mi cuerpo se esfumó y recobré las fuerzas para sentarme y admirar la profanación de mi ingrato sueño. Pero el miedo empezó a apoderarse de mi cara y el instinto de engañar a mi sino, no dejó otra opción de alargar mi partida dirigiendo palabras dignas a mi invitado. No quería dejar este mundo sabiendo que mi presencia fue en vano, que sería un simple mortal entre los inmortales que perduran en la memoria.

-Oh intrínseco dueño de mi deparar, no nos digamos mentiras y muéstrame una solución aunque deba usar palabras vacías pero elocuentes.

La figura no formuló gesto alguno y la parálisis que yo experimentaba en ese momento dejó que el silencio hablara por los dos durante largo tiempo. ¿Acaso esperaba una reacción de desesperada huida o me dejaría morir esperando un veredicto en el horizonte de la mañana? Esperando paciente un discurso como si de una confesión a sacerdote se tratase.

Sin más cartas con las que jugar, decidí quebrar el abismal vacío ya en mis últimas horas para dejar en el aire la esencia de que palabras se habían derramado en este lugar.

-Viendo tu presencia me da la sensación de haber sido hundido lentamente en el agua. Como si me sumergiese arrastrado al fondo tirado por una roca atada a mi pie; gritando desconsoladamente, pero esos gritos a estas profundidades son tan solo ecos en la soledad. Sé a que has venido pero ignoro tu falta de acción, pero más que ignorar me produce un pavor inimaginable. Ciertamente la incertidumbre causa la peor letanía de mis pecados.

Mi corazón se encuentra horadado por la maldad, ciertamente no soy mas que los desechos de la energía que en malos presagios auspiciaron malas acciones. No soy más que las cenizas que quedaron tapando las esperanzas.

No debo elogiarte ahora con palabras zalameras pues conozco mi destino, tan sólo déjame partir con las últimas memorias de un hombre acosado por su pasado. En estos tiempos aprendí a diferenciar la basura del rey y el tesoro de los pobres.

Mucho he dejado en mi deseo, pues por descuido he dejado escapar lo que en verdad valoraba. Ahora que ya no queda tiempo, veo las horas lentas pasar y mi cuerpo poco a poco se marchita en la ceniza y el polvo que nunca encontrará reposo en el eterno viaje del viento arrasador.

Por lo tanto y después de mis palabras me condeno a vagar por el tiempo y el espacio sin memoria ni propósito que seguir caminando sin encontrar un sentido. Pues no quiero ser víctima del olvido para los que alguna vez dejé huella en su memoria y que al verme no niegan una sonrisa como recompensa.

Mientras miraba al techo recitando estas palabras sentía cómo todo mi cuerpo se deshacía, y mi boca empezó a tener sabor a tierra. Sabía que mi único temor era no ser recordado, pero mi fiel compañero decidió darme un último regalo. Mi cuerpo quedó sellado como una estatua de mármol, una lápida digna del recuerdo de un alma anónima que quedó su figura incorrupta. Mis ojos ya se rompen como el cristal, mis manos ya están frías y mi voz se está apagando...

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