lunes, 26 de enero de 2015

Reminiscencia de una Nochebuena borrosa

Por Juan José Ruipérez 


2.00 a.m. 

Antes de que comenzaran a recoger los platos, yo ya había salido por aquella puerta dando un portazo bastante sonoro, antes de que los sirvieran incluso, ya lo había hecho. Justo en el momento en el que sirvieron el vino, ahí empecé a recoger mis cosas. Y desaparecí, hasta este mismo instante. Acabo de recobrar la consciencia y estoy tirado en uno de los bancos del parque donde me crié. ¿Que por qué necesitas saber esto, querido lector? Sencillo. No creo que haya llegado aquí por casualidad, es más, todo parece tener su lógica. La fórmula del eterno retorno, chico. Podría ser hasta metafórico. Qué bonito.

Desde aquí tengo una panorámica perfecta de todo mi barrio en penumbra por un apagón generalizado desde hace horas, donde solo se atisban pequeños destellos de luz procedentes de elementos decorativos que cubren puertas y ventanas. Todo fachada. Como un vaso de leche recalentado en el microondas. O mejor aún, como follar con putas: calientes y acogedoras en la superficie pero frías por dentro.

¿Y tú que verías si levantases tus ojos llenos de gula y avaricia de tu plato lleno de cadáveres de gambas y echaras un vistazo hacia donde estoy yo? Ya te lo digo yo. Verás a un tipo cualquiera, con barba de dos semanas, algo desorientado, hablando solo mientras sujeta con su mano izquierda una jarra de narcisismo a la que le quedan dos tragos y en su mano derecha un frasco de píldoras ya vacío, donde se puede leer una etiqueta que reza “Misantropía 600mg”. Además, apoyado en la porción de banco que no está ocupada ni por mí ni por mi ego, verás un botellín de arrogancia, sudando agua, que acaba reposando en una de las tablas de madera que forma el banco, deteriorando los materiales. Jodiendo las cosas, aún sin querer joderlas, desde siempre. Así soy yo.

Ante esta estampa, no te queda más remedio que llamar a toda tu familia, incluso al bufón que siempre hace chistes con tu suegra y ahora anda dormitando en tu sillón de diseño de IKEA. A ese también. Llámalos a todos para que se asomen a la ventana a mofarse de mí, junto al calorcito que desprende la chimenea. 

- Ojalá el fuego se descontrolara y os quemarais vivos – pienso en voz alta. 

Justo en ese momento, en el que he captado vuestra atención casi sin querer y me he convertido en vuestro mono de feria, he escupido una flema de mocos y sangre. Dad gracias que estáis lejos. Por eso escupo contra el suelo, porque no tengo vuestras caras cerca. Este es mi espíritu navideño, cabrones.

4.00 a.m.

- ¿Pero a quién pretendo engañar? Realmente no estoy así por estas fechas. Eso sería darle demasiada importancia a esta mierda. Toda la culpa es mía, de ella, o de los dos, no estoy seguro.

He bebido tanto esta noche para que todo me importara una mierda y he llegado a olvidar dónde vivo, e incluso si realmente estoy vivo. He bebido hasta tal punto que sigo tirado en el banco de una plaza dos horas después, intentando recordar cuál de esas 6 viviendas que hay dos calles más allá es mi casa. He bebido para olvidarme de todo por un rato, y lo he conseguido, me he olvidado hasta de andar en línea recta pero aún soy capaz de recordar mis palabras tras besarla por primera vez, es más, recuerdo la ropa que llevaba en nuestro último bis a bis y aún puedo saborear su último beso de despedida.

Me prometió fidelidad conociéndome desde hace menos de un mes. Pensaréis que ese gesto por su parte debería reconfortarme, pero no es así, vivo en un estado perenne de tranquilidad nerviosa. No es que no confíe en ella, digamos que más bien, no confío en todos esos hijos de puta de ahí fuera, esperando como buitres a cualquier presa. Buitres. Buitres a los que les da igual carne fresca como ella, que en descomposición como el resto.

Quizá la culpa de todo esto sea mía. Quizá bajo esta coraza de tipo duro, copia barata de Bukowski, se encuentre otro imberbe, un pseudoromántico frustrado más, o una mezcla de ambos, no lo sé, hoy impera el escepticismo en mí.

No obstante, esta noche, sólo estoy seguro de una cosa, y es que me gustaría tenerla frente a mí. Sí, frente a frente. Cara a cara. Para decirle que la odio, que es la peor persona que he conocido en mi miserable vida y que quiero que salga de ella ya. Sin duda, me gustaría tenerla frente a frente para decirle todo esto mirándole a los ojos, y justo al lado, un polígrafo reventando en mil pedazos y un juez declarándome culpable por ser capaz de mentir así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario