lunes, 2 de marzo de 2015

Ingravidez

Por Juan José Ruipérez


Estoy escribiendo todo lo que no me atrevo a decirte, y no sé si son las ganas de odiarme o las de vaciarme por dentro, pero no te puedes imaginar lo que cuesta. Llevo una semana rumiando la idea de que todos los que escribimos somos unos cobardes, y que hacemos esto por la imperiosa necesidad de escupirlo en alguna baldosa. Porque los pensamientos que no se confiesan se quedan dentro, y créeme que en un cuerpo vacío el eco puede hacerse insoportable.

Cada vez que clavo mis ojos en los tuyos veo mi miedo en tus pupilas. Que no son las despedidas lo que llevo mal, son las ausencias. Me aterra la idea de no saber vivir solo, y eso que llevo unos años demostrándome lo contrario a mí mismo. Llevo toda la noche y tres borradores en la papelera de reciclaje para decirte algo que aún no sé cómo explicarte.

Que le den a los formalismos y a las medias tintas. Eres un diamante en bruto, un cristal de Swarovski y la octava maravilla del mundo que algún imbécil se olvidó de catalogar como tal, todo junto. El día que te des cuenta de lo que realmente vales, todos los que estamos ahí fuera, intentando triunfar de una forma u otra, nos vamos a echar a temblar. Que tú estás hecha para arrasar, no para volar raso, y punto.

Pensándolo mejor, ¿y si compartimos una vida sin ese miedo del que te hablaba? En la medida de lo que el tiempo nos lo permita, claro. No hablo de una vida rebuscada, donde todas las piezas tengan que formar la imagen de un puzzle perfecto. Tampoco me refiero a una vida sin expectativas, ni de renunciar a nuestros sueños. Hablo de dejarlo fluir, de no someternos al otro. Hablo de hacerlo nuestro. Quiero una vida con muchas cosas, y la quiero contigo. Y tú, quiero que la quieras conmigo. Hablo de despertar por las mañanas sintiendo el vértigo de no saber qué nos deparará ese día y no otro, de asumir los peligros que supone saltar al vacío y que la caída no acabe nunca. 

C’est l’histoire d’un homme qui tombe d’un immeuble de 50 étages. Le mec, au fur et à mesure de sa chute, il se répète sans cesse pour se rassurer : « Jusqu’ici tout va bien... Jusqu’ici tout va bien... Jusqu’ici tout va bien. » Mais l’important, c’est pas la chute. C’est l’atterrissage.Hubert, La Haine (1995)

Síguenos en @RADCultura y toda la información en @RAD_Spain.

No hay comentarios:

Publicar un comentario