Por José Sánchez Conesa "El tío del saco"
La tradición popular habla de la atracción sexual que los lagartos
sienten por las mujeres, sobre todo cuando tienen la menstruación. En
Castilla encontramos muchos relatos que refieren los casos de muchachas
que en mitad del campo orinan, circunstancia aprovechada por estos
reptiles, que se introducían en la vagina, especialmente cuando las
chicas se encontraban en situación menstruante. Algunos lo explican
argumentado que este animal ataca cualquier objeto de color rojo, aunque
siempre guardando una predilección singular por las féminas. El caso es
que esta especial persecución ha propiciado un folclore, que advierte a
la mujer de estos peligros: «Por las piernas arriba/ sube un lagarto;
/si no quieres que fume, /cierra el estanco».
Estos mismos versos tradicionales, recogidos en 'Creencias y
supersticiones populares de la provincia de Burgos', los podemos
encontrar en otros sitios, como el Campo de Cartagena. Son los mismos
que me enseñó mi abuela Águeda, nacida en los campos de El Jimenado
(Torre Pacheco). Aquí, según ella me exponía, se empleaban en el juego
de los adagios, los añicos o 'echar los años', durante el último día del
año. El objetivo último era provocar la formación de parejas entre el
mocerío, al tiempo que se leían los adagios, unos poemillas, a veces
pareados, de carácter picante.
Dentro del repertorio folclórico nacional, en su dimensión más
obscena, encontramos otra alusión al asunto y a la ciudad de Cartagena:
«Te fuiste a Cartagena/ y me dejaste sin cuartos; / y tuve que poner en
venta/ la cueva de mi lagarto». Es clara la alusión del último verso al
órgano sexual femenino.
Antonio Machado publicó en 1924 'Nuevas canciones'. Entre sus
poemas, uno ambientado en los campos de Úbeda y Baeza, tierras de
olivares: «Por un ventanal, / entró la lechuza / en la catedral. / San
Cristobalón / la quiso espantar, / al ver que bebía / del velón del
aceite / de Santa María. / La Virgen habló: / Déjala que beba, San
Cristobalón». Estamos ante una superstición muy extendida por toda
España. El hurto que tradicionalmente se les achacaba a las lechuzas del
aceite en las iglesias.
En nuestra comarca habitaron los lobos. Tanto es así que el Concejo
(Ayuntamiento) de Cartagena incentivaba económicamente su captura. Un
hecho muy repetido en villas y aldeas ha sido la exhibición de sus
cadáveres por parte de los cazadores, para que los habitantes de la zona
contribuyeran con unas monedas o el pago en especies, en agradecimiento
por el peligro evitado. Hay quienes proponen que el origen del
topónimo de Lobosillo pudiera estar relacionado con este depredador tan
temido.
Hoy día tan solo en la comarca del Noroeste murciano, especialmente
Moratalla, y en otras localidades como las pedanías altas de Lorca, nos
cuentan historias de lobos. Los mayores relatan episodios, entre la
realidad y la ficción, muy presentes en el imaginario tradicional de los
campesinos españoles. Por ejemplo, el hombre que se encuentra ante un
lobo y pierde la voz o enronquece, debido al temor ancestral que
inspira.
Esto se puede leer también en un texto de 1540, escrito por Pedro
Mexía y titulado 'Silva de varia lección'. O en autores mucho más
antiguos, como Plinio o Virgilio. En el Campo de Cartagena apenas se
relatan hechos, tal vez algunos cuentos, protagonizados por ellos. De
mayor protagonismo gozan zorros y zorras. Que aún se pueden ver en
algunos cabezos de nuestra comarca y atropellados en las carreteras.
Las aves nocturnas padecen la mala fama de relacionarse con el diablo
y las brujas. Esto le ocurre al mochuelo, al búho o a la lechuza. Es
realmente potente la imagen de la bruja que se transforma en ave de
rapiña, que vuela emitiendo gritos espantosos y que entra en las casas
para devorar niños. Posiblemente esté, en gran medida, en el origen del
mito demonológico y de los vampiros. Ovidio, en sus Fastos, también
cuenta que, en los tiempos lejanos de la gran Roma, las lechuzas mutaban
en brujas, quienes entraban en los dormitorios de las criaturas para
chuparles la sangre, cuando estaban en sus cunas. Otro autor antiguo nos
informa de que los hombres procuraban capturar estas aves y clavarlas
en las puertas, para que el mal agüero, que su vuelo trae sobre los de
la casa, lo paguen ellas mismas. En Cantabria, los aldeanos más crédulos
enterraban las lechuzas a varios palmos de profundidad, poniendo muchas
piedras encima. Eso después de degollarlas. Era la mejor manera que
encontraban de evitar su conversión en malévolas brujas.
La mula fue maldecida por la Virgen por cocear al Niño Jesús. En
otras versiones se dice que por no darle calor, al contrario que el buey
o la vaca: «Bendita sea la vaca/ que sin dolor pariera; maldita sea la
mula, / que nunca fruto diera».
Es una leyenda o cuento etiológico muy extendido en el mundo
hispano, que podemos rastrear hasta en los Evangelios apócrifos. Léase
'Los Evangelios apócrifos en la literatura española' de José Fradejas
Lebrero. En leyendas asturianas, la infertilidad del animal proviene de
la maldición de María, pues le soplaba, provocándole frío al pequeño, y
además se comía la paja.
Por el contrario, el bondadoso buey le daba calor y le acercaba con
el hocico las pajas para calentarlo. Me comenta Anselmo Sánchez Ferra,
un gran investigador del cuento de tradición oral, que en nuestra
comarca y en nuestra región se narra este cuento para justificar además
que la serpiente no tenga extremidades y se arrastre. Una culebra
espantó a la mula que transportaba a María y a su hijo, y ambos cayeron
al suelo. La Virgen condenó a la culebra a perder sus patas, y a la mula
a no poder engendrar.
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