sábado, 11 de octubre de 2014

Adolfo Bioy Casares, "El Dandy"

Por Katy Rioja



El 15 de septiembre de 2014 se celebró el primer centenario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares. Es verdad que no se le ha dado mucha publicidad y es que coincide que este año se celebra el centenario de tres grandes autores hispanoamericanos. Por un lado, el del poeta Mexicano Octavio Paz (31 de marzo), premio Cervantes en 1981 y Nobel en 1990; también el del argentino Julio Cortázar (26 de agosto) cuyo festejo se celebró este año en París, durante el salón del libro y por último el del también argentino Adolfo Bioy Casares (15 de septiembre) que, aunque ha sido menos publicitado, es un autor de gran importancia que recibió, entre otros el premio Cervantes en 1990. 

Adolfo nació en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914, residió siempre allí donde murió el 8 de marzo de 1999. Fue hijo único de una familia acomodada que lo llevó de viaje por Europa en muchas ocasiones; junto a su familia vivió una infancia muy feliz en el campo. 

Estudió varios idiomas, inglés, francés, alemán y por supuesto español. Sus padres querían que fuera abogado y comenzó (y abandonó) derecho, filosofía y letras (por ese orden). Decepcionado por la universidad, donde no encontró lo que esperaba, se retiró a una estancia que tenía la familia y allí permaneció varios meses dedicado a la lectura. Su mujer, Silvina y Borges, su mejor amigo, lo convencieron para dejar los estudios y dedicarse a la literatura por completo, cosa que pudo hacer gracias a la fortuna familiar. 

Escribió con dedicación, esfuerzo y placer porque la escritura fue su pasión dominante desde los doce años, cuando un día, leyendo D. Quijote de la Mancha, justo cuando el héroe español deja su aldea natal para irse a la aventura, él sintió una emoción tan grande que deseó escribir para que sus lectores tuvieran ese mismo sentimiento. Decía también que creaba para enamorar a su prima que era una gran lectora de la escritora francesa Gyp y que por eso sus primeras obras era pésimas, porque quería emular a esta autora.

Fue muy amigo de la escritora feminista Victoria Ocampo, gracias a la cual conoció a Silvina Ocampo con la que se casó a los veinte años. Victoria le presentó también a Jorge Luís Borges con quien mantuvo una gran y profunda amistad desde 1932 hasta la muerte del primero en 1986 .

Durante mucho tiempo vivió a la sombra de, su amigo y maestro. Su afinidad y complicidad fueron tan profundas que fueron capaces de llevar a cabo uno de los más difíciles ejercicios literarios: componer, escribir y firmar varios trabajos juntos: colecciones de relatos, guiones de cine, antologías de cuentos fantásticos. Solían publicar bajo los seudónimos de H. Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch, porque no querían levantar demasiadas expectativas con estos libros. Entre 1945 y 1955 dirigieron la colección "El séptimo círculo", que publicaba traducciones de las mejores novelas policiales de lengua inglesa, género del que Borges era un gran admirador. Fue una amistad desigual porque Borges era mayor que él y le sirvió de guía literario. Con él hablaba, reía, leía, se divertían y aprendía. Para él Borges fue un amigo con el que podía hablar de literatura y de sus inquietudes culturales durante todo el día sin aburrirlo.

Adolfo Bioy Casares es conocido en Argentina como el Dandy: refinado, seductor y extremadamente cultivado, cinéfilo aficionadísimo a Buñuel, hace gala de un sentido del humor delicado e irónico. Dotado siempre de una elegancia literaria, física y moral era enamoradizo y seductor. A pesar de estar casado, se enamoraba perdidamente de actrices y otras mujeres célebres y hermosas con las que tuvo dos hijos fuera del matrimonio: Marta y Fabián. Como con Silvina no había tenido descendencia adoptaron a Marta, la hija mayor de Adolfo y la criaron como hija de ambos.

Su primera obra maestra, data de 1940 y se titula La invención de Morel. Antes de ésta había escrito seis libros que le gustaría no haber publicado, porque le parecían los peores libros del universo; pero los consideró un peaje necesario para llegar a ser el escritor que es; él solía decir que para su desgracia, realizó en público su aprendizaje para ser escritor. 

De La invención de Morel, prologada por Borges, dice éste que es una novela “simplemente perfecta” y que con ella auguraba el auge de la literatura fantástica en castellano. Es una novela breve, fantástica y poética.

Su protagonista es un fugitivo sentenciado a cadena perpetua por un "un error de la justicia" que llega a una isla desierta, donde se alzan construcciones abandonadas. Al día siguiente la sorpresiva música de un fonógrafo y el rumor de un grupo de personas -entre ellas la inaccesible Faustine- lo obligan a ocultarse cerca de los pantanos. Desde allí las observa, sigue sus pasos e intenta entablar conversación con la muchacha. En apariencia los veraneantes llevan una vida frívola y despreocupada, pero gradualmente el fugitivo se da cuenta de algo que el terror a ser descubierto había disimulado: para Faustine y los demás es invisible... La solución del enigma y el deseo de permanecer junto a su amada lo llevará a ejecutar un acto crucial que no voy a desvelar aquí. 

En 1945 aparece su segunda novela, Plan de evasión, ambientada en la colonia penitenciaria de la Isla del Diablo de la Guayana Francesa. El mismo año publica la novela corta El perjurio de la nieve, incluida más tarde en 1948 en su primera colección de relatos.

Al igual que Borges, Bioy fue antiperonista, pero nunca quiso significarse políticamente y después, siempre se alegró de no haberlo hecho. Durante los años del peronismo sólo publicaría una novela en colaboración con Silvina Ocampo, Los que aman odian (1946)

En 1954 aparece otra novela, El sueño de los héroes que habla del inseguro paso de la adolescencia a la madurez de y la inevitabilidad del destino.

En las décadas de los 50 y 60 Bioy se dedicó especialmente al cuento (Historia prodigiosa, Guirnalda con amores, El lado de la sombra, El gran serafín

En 1969 publicó Diario de la guerra del cerdo donde su protagonista, Isidro Vidal, es un jubilado que se reúne con sus amigos en el club de su barrio a jugar a las cartas y que de repente se ven implicados en una guerra generacional, en la que los jóvenes empiezan a perseguir y asesinar a los viejos. 

En 1973 aparece Dormir al sol, una novela en primera persona y estilo epistolar.

En 1986 aparecen Historias desaforadas y La aventura de un fotógrafo en La Plata, obra que, con frecuencia, ha sido leída como una alegoría de los desaparecidos durante la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983. 

Fue declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y en 1990 recibió dos importantes premios en reconocimiento a toda su trayectoria: el Premio Alfonso Reyes y el Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras castellanas, éste fue un premio absolutamente inesperado que recibió mientras estaba, casualmente, en España en un coloquio sobre su obra y le llenó de alegría y gratitud hacia los españoles, que le demostraron un gran cariño y conocimiento de su obra. 

Publica ese mismo año, 1990, Una muñeca rusa y más tarde la novela corta Un campeón desparejo.

En 1992, una caída que le provoca una doble fractura de cadera pareció anticipar una serie de hechos trágicos, ya que poco después sufrió la pérdida de su esposa (el 14 de diciembre de 1993, víctima del mal de Alzheimer que la tuvo postrada durante tres años) y de su hija Marta (el 4 de enero de 1994, que murió atropellada). Por esa época empieza a frecuentar a su hijo Fabián, a quien reconocería oficialmente en 1998, y ve más seguido a su nieto Florencio, quien lo acompañó en sus últimos años. Finalmente falleció el 8 de marzo de 1999, a los 84 años. Fue inhumado en la bóveda de su familia en el Cementerio de la Recoleta, muy cerca de la cripta familiar de los Ocampo, donde reposan los restos de su esposa y su cuñada.

No es un autor con una extensísima obra pero nunca se vio vacío de inspiración; a él que decía que “para escribir no hay mejor receta que escribir” nunca le fallaron las musas. Siempre tenía dos novelas empezadas y 6 ó 7 cuentos al mismo tiempo. Cuando entrega una novela al editor, sabía que sus originales necesitarían una corrección infinita, pero los entrega porque él ya no puede darles más y estaba harto de corregirlas. Escuchar a Adolfo Bioy Casares en las entrevistas que se le hacen es un auténtico placer porque es modesto, trabajador, cortés e irónico, como le enseñó su madre. Él se consideraba un humilde y feliz contador de historias cuya vocación sostenía su vida.

Su obra fue, sobre todo, fantástica, pero escribió este tipo de literatura porque su mente producía este género, aunque a él le hubiera gustado poder suministrar al menos una novela realista, pero su mente siempre se dirigía al género fantástico. 

Decía que generaba sus obras en el baño mientras se afeitaba, y que cuando era capaz de contársela a sí mismo, invitaba a una amiga a comer y mientras le contaba la historia, si veía que ésta era del agrado de su amiga, entonces, recibía el estímulo necesario para ponerse a escribir. Escribía a mano, en cuadernos cuadriculados y lo hacía, cada mañana en la cocina. Luego corregía mucho sus libros, los releía y los re trabajaba hasta darlos a la imprenta; porque era consciente de que si lo leía después no hacía más que encontrar estupideces. Por eso una vez publicados procuraba no volver a abrirlos.

Lo que más le costaba era crear la historia en sí y el proceso de creación; la dificultad de la creación, que sólo le embargaba durante la primera página, le hacía sufrir muchísimo, pero consideraba esa primera página el aprendizaje necesario para cada libro.

Bioy era un ser vital y no deseaba morir por muchos años que tuviera, por eso, una de sus últimas frases célebres es: “No me gusta nada la idea de morir. Si pudiera vivir quinientos años aceptaría y pediría: ¿no puede darme unos más”. No pudo ser.



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