Por Katy Rioja
Ana María Sánchez Sánchez es una escritora de versos salmantina a la que me unen muchos años de amistad y muchos kilómetros vividos, nos conocimos en un tren camino a la realidad, un día en el que aún todo era posible. Acaba de recibir el premio del XIX concurso nacional de poesía de la Fundación Maria del Villar de Tafalla, en Navarra, con el poemario titulado Maradul.
No es su primer galardón literario ya que en 1988 recibió el premio Bernier de Córdoba por su primer libro, Cavenes que era una obra que suponía el reconocimiento de la tierra y la decisión de pertenecer definitivamente al paisaje de sus antepasados; más tarde su segundo poemario, titulado Yeltes, fue publicado por la asociación cultural El Zurguén de Morille.
La editorial Amarú publicó, también, dos cuentos infantiles relacionados con dos de los monumentos más conocidos de la ciudad de Salamanca, escritos por Ana María e ilustrados por su hermana Guadalupe Sánchez: Las conchas que quisieron ser estrellas y Las hadas de la Casa Lis.
Maradul es el último título publicado por Ana María Sánchez, que estudió Filología Clásica, pero sólo lo justo para poder pasarse las noches escribiendo los versos en los que encontrar las respuestas a la vida.
Este poemario es una obra emocionante, dedicada por entero a las mujeres fuertes y terruñeras de la vida de la escritora, a las que llegaron antes y a las que vendrán después. Son unos versos que nacen de las entrañas, de la tierra, de la tradición aprendida a golpe de realidad porque en ella reside la verdad.
Lo escribe a lo largo de 15 años y sus versos expresan la elegía y el deslumbramiento, porque en esa época ocurren tres acontecimientos esenciales en la vida de Ana María: la muerte de su madre (Serafina Sánchez) y el nacimiento de sus dos hijas (Marina y Violeta). Y aunque la figura en torno a la que gira toda la obra, es la madre, en ella se reflejan todas las mujeres valientes del mundo rural
XXV
Burgos, mil novecientos sesenta y cinco
El tren nos dejó en medio de Comala.
Hacía frío de junio en las manos del río
Y en el reloj de sol de la inocencia
Y después de los ojos de los árboles
Y en el musgo alquilado del Paseo de la Isla
Y en el galope corto de las horas
A lomos de un triciclo.
Comala me creció treinta y tres años.
Mi madre caminó sobre sus aguas con una espiga de cristal en la boca.(Maradul).
Los versos de la obra de Ana María Sánchez, reflejan lo cotidiano del pasado y del presente, todo ello bañado en el surrealismo de la metáfora, y aderezado con la magia de la autenticidad.
XX
No mueras más en mí (A. Gamoneda)
No mueras más en mí.
Habítame las trenzas con gramáticas verdes.
Lávame los relámpagos que le crecen de noche a las alcobas
Y tiende a solear la madrugada.
Sucédeme el sonido de la rosa y la fonética de los trigales
Y abrázame.
Abrázame con todo tu silencio
Para que no me muera de las palabras tristes
Para que resucite en el nombre del río vertical de tus ojos. (Maradul)
Y aunque sus versos resulten sutiles, Ana María, que es ama de casa y profesora los escribe robando cinco minutos al tiempo, en la cocina, mientras sube pesa de la olla, mientras se baña alguna de sus hijas o mientras cuida algún examen en el Instituto de Salamanca en el que enseña Lengua y Literatura. Es una mujer con los pies en la tierra, que nos recuerda que escribir poesía merece tanto la pena como lo sublime.
I
Bienaventurados quienes acumularon el asombro
Y cultivaron aire debajo de las alas de una espiga para besar más fuerte
Porque ellos poseerán la densidad de la tormenta cuando arrecie la llanura.
Bienaventurados quienes invadieron el escándalo de la rosa
Y se quedaron a vivir en un presentimiento
Porque de ellos será el caballo de luz que habita en los cometas del verano.
Bienaventurados quienes persiguieron la lluvia durante la estación de las gacelas
Y amaron y murieron sobre todas las muertes y todas las manzanas. (Maradul)
Cuando uno lee estos versos, de repente, se le viene el pasado al corazón porque recuerda las vivencias que todos guardamos en la recámara de lo vivido, uno siente que le asalta la infancia y los recuerdos heredados.
XXIX
Camino por tu voz y mi voz se descalza
para entrar en la Mezquita de tus brazos. (Maradul)
Podría seguir desvelando versos, pero creo que os haría un flaco favor porque cada uno debe recrearlos en su imaginario personal, así que, concluiré recomendando vivamente la lectura de los cuarenta y seis poemas de Maradul. Por cierto, ¿sabéis qué es el Maradul?. Es el nombre de la planta que la madre de Ana María Sánchez dejaba crecer en la ventana para que atrajera lo certero.
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