viernes, 6 de febrero de 2015

La isla mínima

Por Marisa Lobo @MarisaLobo2


Resulta complicado para una seriéfila hablar sobre La isla mínima en 2015. Es muy difícil ver la película sin asociarla inmediatamente con True Detective. Los parajes, la trama, la ambientación, los personajes... todo recuerda a la gran serie del año pasado (guste o no) y, a la postre, enfanga la opinión de la película.

Así se estropea una de las, mejores películas españolas de los últimos años con personalidad, carácter, confianza en si misma, buenas actuaciones de Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, pero que, por cuestión de un año, no han contado también con originalidad. La pareja policial investiga la desaparición de dos chicas en la Andalucía profunda de los años 80, hastiados de vivir y desconfiando de cuanto ven como ya hicieran el dúo Harrelson-Mcconaughey. Por lo demás la fotografía es excelente, el desarrollo adecuado y el final, pese a su convencionalidad, no hace perder interés. Una historia policial brillantemente ejecutada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, quienes verán quintuplicarse su fama en el cine español más de ganar varios Goyas como previsiblemente harán mañana.

Las caracterizaciones, las historias de los policías, el ambiente en el que se mueven, la paleta de colores confieren al film creatividad y la configuración de un universo propio, algo respaldado por los impresionantes planos cenitales sobre todo en los primeros minutos, recordando en ocasiones al cerebro ampliado por un microscopio, cómo si todo fuera la radiografía de un gran cuerpo humano. De esta manera, se ha parido una gran película española muy disfrutable y que se presta a deleitar la vista con planos de reseñable confección, por lo que a una le queda la sensación de cierta confusión al desaparecer ante si misma un mundo tan maravillosamente presentado por el director de fotografía Alex Catalán. Estamos hablando de una de las películas más cuidadas de los últimos tiempos. Como digo, las actuaciones son acertadas (aunque Arévalo intente preocupantemente parecerse al del nombre intecleable), que refleja un interesante dialogo intergeneracional, la dirección está soberbiamente realizada y la fotografía es lo mejor de la película. Y, aún así, es imposible que a una no la desanime pensar que el efecto de esta película hubiese sido muchísimo mayor en el panorama europeo de no haber llegado un par de años tarde. 

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