miércoles, 18 de febrero de 2015

Vírgenes negras y la piedra del Pasico

Por José Sánchez Conesa "El tío del saco"

 
La Virgen del Rosell, en el altar mayor de Santa María de Gracia, en una celebración litúrgica / ANTONIO GIL

Existen unas setenta Vírgenes negras en España, aunque en el pasado eran muchas más. Cambiaron por una tez blanca cuando fueron renovadas las imágenes sagradas. Eso ocurrió en 1590 con la Virgen de Regla, patrona de Chipiona, a la que tan devota era la cantante Rocío Jurado. Caso similar es el de la Virgen del Rocío, protagonista de la mayor romería de España. En cambio la Virgen de Montserrat sigue fiel a su color, la popular Moreneta, todo un símbolo 'nacional' de Cataluña. Otra Señora negra es la antigua patrona de Cartagena, la Virgen del Rosell.

Desde los inicios del cristianismo el culto a María era muy secundario o inexistente, porque lo fundamental era Jesucristo. Todo cambiará de manera sustancial entre los siglos XI y XIII, considerando algunos autores que ese cambio de tendencia lo introducen los cruzados al regreso de Oriente. Por el contrario, otros sostienen que se debió a san Bernardo de Claraval, decidido a cristianizar ciertos santuarios paganos en los que las buenas gentes seguían adorando piedras santas. A partir de ese momento comenzaron a surgir santuarios marianos por toda Europa, justificados por leyendas que relataban apariciones milagrosas de Vírgenes negras talladas por San Lucas, en cuevas, troncos de árboles o bajo campanas.

Leyendas de la Reconquista

Nuestra península, inmersa en la Reconquista, era tierra abonada para estas narraciones legendarias. Se decía que al producirse la entrada de los musulmanes, los cristianos visigodos decidieron esconderlas en lugares seguras para salvaguardarlas. La imagen quedaba intacta durante siglos, hasta la culminación de la cruzada cristiana, en la que era descubierta por un agricultor o pastor. El objetivo de Bernardo era conseguir que se dejase de rendir adoración a las piedras negras, un culto primitivo a la Diosa Madre, que atravesó los siglos desde el Neolítico. De esta manera la Gran Madre neolítica se fue encarnando a lo largo del Mediterráneo en la Isis egipcia, Tanit, Cibeles, Diana o Astarté.

Las imágenes marianas aparecían sobre las piedras sacras, a modo de peana, en un intento de restarles protagonismo a favor de María. Algo ha perdurado en la actual iconografía de la Madre de Dios, presentada sobre peanas que a veces trasmutan en nubes celestiales o en un globo terráqueo con angelitos. Pero no debemos restar importancia al entorno natural. En los santuarios se producen vibraciones de la naturaleza, corrientes electromagnéticas aumentadas cuando existe presencia de aguas subterráneas. Por ello percibimos bienestar físico y espiritual, experimentando una gran paz espiritual. Esta razón explicaría que muchos de los actuales templos cristianos se asienten en lugares sagrados desde la Prehistoria, luego ocupados como recintos religiosos por parte de romanos, godos o musulmanes. Algo parecido a lo que posiblemente ocurrió en la Jara de San Ginés.

Toda esta reflexión viene a cuento del culto dado en la ermita del Pasico de Torre Pacheco a la piedra en la que aparece la imagen de la Virgen.

El investigador de relatos orales Anselmo Sánchez Ferra grabó el siguiente testimonio de una feligresa sobre el surgimiento de la veneración a esta petrofanía: «La Virgen que hay allí se apareció debajo de un árbol a un jornalero que venía de Cartagena y se encontró esa piedra, y creo que se la trajeron aquí a la iglesia de Torre Pacheco, según dicen, y se volvió a ir la piedra otra vez allí, al sitio».

Otras narraciones hablan que la descubre un minero que era vecino de aquellos campos y marchaba a trabajar a La Unión. El caso es que la piedra sagrada deseaba estar donde se manifestó, el sitio donde se levantó posteriormente la actual ermita. Lo mismo ocurrió con el cuadro de la Virgen, aparecido milagrosamente en el Pasico de La Aparecida, acontecimiento que dio nombre al pueblo. El cuadro no quería ser expuesto en el templo parroquial de La Palma, por mucho que allí lo colocasen, regresando obstinadamente al lugar donde fue hallado por un carretero. Un esquema narrativo que se repite en ancha geografía. El Niño de Mula no quería que lo llevasen al casco urbano de dicha ciudad, de tal manera que los devotos muleños edificaban una ermita que se desplomaba durante la noche. Finalmente comprendieron el deseo del Niño de residir justo en el paraje donde se apareció al pastor Pedro Botía.

Son muchos los casos en los que la divinidad reivindica lo rural frente al ámbito urbano, lo periférico subalterno con preferencia sobre el centro del poder. La construcción de un edificio sagrado institucionaliza la creencia y la hace permanente ante la comunidad local elegida.

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