sábado, 28 de marzo de 2015

El frío modifica la trayectoria de los peces, de Pierre Szalowski

Por Alba Menor 


La verdad, no recuerdo el motivo que me llevó a querer comprar esta novela, pero apostaría a que en parte lo que me atrajo cuando la vi en el catálogo de Círculo de Lectores fue la divertida portada: un fondo azul, como de agua y fino hielo, con algunos peces —fotografiados, no dibujados— y, en el centro de la imagen, una fotografía en blanco y negro de un niño, solo la figura de este, como si estuviese recortada, sosteniendo una vieja cámara de fotos. La verdad es que, cuatro años atrás, juzgaba los libros por las portadas más de lo que me atrevería a reconocer. Aunque en este caso acerté de lleno.

Esta novela canadiense de solo 210 páginas, ambientada en la Navidad de 1998 en la ciudad de Quebec comienza con una presentación de todos los personajes y de sus situaciones, para a continuación centrarse en su protagonista, un niño de once años —cuyo nombre nunca sabremos, lo que nos hace pensar que tal vez la novela es algo autobiográfica, y que el niño es el mismo Pierre Szalowski— que recibe la amarga noticia de que sus padres se van a divorciar. El niño, desesperado, pide ayuda al cielo —no a Dios ni a ninguna divinidad concreta, simplemente al cielo— para que sus padres sigan juntos. En los días sucesivos, se desatará una tormenta de hielo en Quebec, y tendrá en la familia de nuestro protagonista y en los demás personajes —algunos de sus vecinos— un efecto casi mágico, pues el aislamiento y el frío les llevarán a hacer cosas de las que nunca se habrían creído capaces y a relacionarse con personas con las que nunca habrían pensado unir lazos, entre otros una stripper, un científico ruso, un alcohólico homófobo, una pareja de hombres homosexuales…

Puede ser que este libro no sea digno de grandes premios, pero me parece una novela que todas las personas deberían leer mínimo una vez en la vida, sobre todo en estos días, en esta fría y agria situación en la que nos encontramos. A veces no necesitamos leer obras complicadas, ejemplares o grandes clásicos, sino que lo que más necesitamos es descansar, entretenerse con algo fácil y, a ser posible, alegre. Esta novela consigue, a pesar de situarnos en uno de los inviernos más gélidos que ha tenido nunca Canadá, envolvernos con una calidez hogareña e introducirnos en un ambiente en el que se respira esperanza, buenas intenciones y cambios inesperados. Es sin duda, un cuento para adolescentes y adultos, y aunque muchos seguramente hayan tachado su moraleja de ingenua e infantil, no creo que debamos mirarla bajo ese enfoque, sino bajo uno mucho más inocente, no tan crítico o analítico. No deberíamos leer los libros analizando constantemente todos y cada uno de los rasgos, para decidir si es o no literatura. Hay momentos en los que apetece, simplemente, disfrutar. Disfrutar sin preguntarnos por el desarrollo de los personajes, por la adecuación de las descripciones, o por la fidelidad de la ambientación, entre otras cosas. Hay momentos en los que sienta bien leer un cuento para mayores.

Esta novela pide que la leamos de esa forma. Con la mente en blanco, con ganas de evadirnos, con ganas de disfrutar y de creer en el amor — todas las clases de amor — y en la bondad de las personas. Porque, seamos sinceros, nos ha tocado vivir una época que nos disgusta, nos aplaca y, a veces, nos consume. El frío modifica la trayectoria de los peces intenta curar nuestras heridas y, en conclusión, infundir esperanza en tiempos oscuros. El lector se deja llevar y entonces la novela funciona, como el pequeño mecanismo de un reloj que hace tic-tac con un sonido suave e incluso armonioso, recordándonos por una vez no lo efímero del momento, sino los apacibles segundos que vivimos con un bonito libro entre las manos.

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