miércoles, 11 de marzo de 2015

Un edificio lleno de fantasmas. El Palacio del Pardo

Por Nano Fernández


Esta regia edificación es una de las más bellas de la periferia de la capital, pero por desgracia, una de las menos valoradas, menos queridas y menos visitadas. Se trata de un palacio con una gran carga emocional a sus espaldas, y no de la buena precisamente. En él vivió durante más de 40 años Francisco Franco Bahamonte, ese señor bajito, con bigote y con una sobredosis de helio en sus pulmones que hizo de España durante esos años un plácido, tranquilo y bello mar de estiércol. Por esta razón, y por tener el Señor Franco bastantes más detractores que seguidores (afortunadamente) es un edifico que la memoria de cada uno de los españoles ha preferido aparcar en un rincón oscuro de su cabeza. Y es una lástima, porque el Palacio Real del Pardo lleva en ese mismo sitio desde el siglo XVIII, sólo si contamos el estado actual, porque anteriormente había una edificación desde el siglo XV. Da pena ver que 40 funestos años han podido con más 600 años de ajetreada vida. Actualmente el Palacio actúa como Residencia de la Familia Real (una de ellas, no la oficial) y su uso principal a día de hoy es el de dar alojamiento a los jefes de Estado extranjeros que visitan España de manera oficial.


Está situado en el Monte del Pardo, un paraje de más de 16.000 hectáreas rico en fauna para la caza desde siempre. Allí el rey Enrique III de Castilla, gran amante de la caza como muchos reyes, mandó construir un pabellón para sus jornadas en el año 1405. Su nieto, Enrique IV mandó años más tarde construir sobre lo anterior un pequeño castillo. Posteriormente, el emperador Carlos I ordenó la transformación del castillo a Palacio, finalizándose las obras en el año 1558, bajo el reinado de su hijo Felipe II, quien se encargó de dar a las cubiertas de pizarra su aspecto actual, marcando, sin saberlo, una futura tendencia en el estilo arquitectónico de la Corte. En 1604 un incendio destruye el palacio por completo, por lo que el monarca Felipe III manda al arquitecto Francisco de Mora su reconstrucción. Años más tarde, en 1772, Carlos III amplía y rehabilita el Palacio con ayuda del más que conocido en Madrid Francesco Sabatini


En 1885 muere en el edificio el rey Alfonso XII, y su esposa, la reina María Cristina ordena la conversión de la habitación donde falleció el monarca en oratorio. Una vez finalizada la Guerra Civil el Palacio se adecúa a las exigencias necesarias para que se traslade allí el mencionado dictador y para que sirva como epicentro de las decisiones que se tomen para el país. Con la muerte de Franco en 1975 el Palacio vuelve a sufrir un repaso para prepararlo para el uso que tiene actualmente. Con todo ello, y salvando pequeñas diferencias y cambios a lo largo de los años, se puede decir que el Real Sitio tiene en nuestros días prácticamente el mismo aspecto que presentaba en el año 1772 con la intervención de Sabatini, su última gran obra de ampliación y restauración.


Como ocurre en infinidad de ejemplos, la arquitectura siempre perdura en el tiempo, incluso, y aunque parezca contradictorio, si el propio edificio ya no existe, como en la Plaza Navona de Roma, que conserva la forma en su perímetro del antiguo Estadio o Stadio de la época del emperador Domiciano. En este caso ocurre lo mismo. El Palacio del Pardo hereda su forma rectangular y su foso del castillo sobre el que está edificado y, además, los torreones de las cuatro esquinas y los patios laterales siguen las directrices marcadas por el tradicional Alcázar español. En su exterior renacentista sólo destacan un zócalo de granito, el paramento de ladrillo y la mencionada cubierta de pizarra. Como punto de interés, se desmarca de la línea de fachada la portada principal, que sirve además como punto focal desde el cual los jardines comienzan a extenderse.


Arquitectónicamente hablando, en el interior del Palacio lo más destacable es la escalinata obra de Sabatini y el Patio de los Borbones, uno de los patios laterales. Otros elementos destacables del espacio interior son los frescos, sobre todo de los techos, entre los que destaca el fresco pintado por Gaspar Becerra, que cuenta el mito de Perseo. Tanto este como el mayor número de pinturas en el techo se salvaron del incendio de 1604, así como diferentes pinturas entre las que sobresale la llamada Venus del Pardo de Tiziano, expuesta hoy en el Museo del Louvre, y una gran colección de tapices elaborados en la Real Fábrica de Madrid.


Dentro del conjunto del Palacio de El Pardo se encuentra la Casita de El Príncipe, casa de campo construida para Carlos IV y María Luisa de Parma entre 1784 y 1788, con diseño de Juan de Villanueva. Se conservan mobiliario, relojes y sedas decorativas francesas y valencianas. La Quinta del Duque del Arco también forma parte del conjunto. Se trata de un pequeño palacio y sus jardines con fuentes, donado a Felipe V e Isabel Farnesio en 1745. Se conservan muebles, alfombras y pinturas de los reinados de Fernando VII e Isabel II.

En definitiva, este Palacio es una pequeña joya, un testigo sereno de años convulsos, una mezcla perfecta de estilos, que une la tradicionalidad de su aspecto de castillo medieval con un estilo renacentista. A pesar de todo ello, no es apreciado por la gente como realmente se merece. Espero que el tiempo cure las heridas y en el día de mañana podamos admirar el Palacio del Pardo con el cariño que no recibe por el momento.

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