Por Mari Cruz Abascal
En 1939 llegó a Hollywood Lawrence Olivier, contratado por David O. Selznik, para llevar al cine la novela Rebecca. Lo hizo acompañado de su esposa, Vivien Leigh, quien consiguió presentarse al casting de Lo que el viento se llevó, que, según se cuenta, estaba muy reñido, llevándose el primer premio: el papel de Scarlett O’Hara.
Esto no es más que un apunte, pues no quiero desviarme de lo
que yo realmente quiero contar, que es el interés que mostró Hitchcock por las
historias que contaba Daphne du Maurier. Después de revisar y descubrir
películas nuevas, un día reparé en que el famoso regidor adaptó tres obras de
la escritora.
Al parecer, Hitchcock conocía a los padres de Daphne,
afamados y adinerados productores y actores, y siguió la carrera de esta
espléndida y singular, a mi juicio, escritora.
No es extraño que, tanto la trama como la forma inquietante de contar
sus cuentos, no pasara inadvertida y fuera aprovechada por nuestro director.
Daphne componía historias
de crueldad, con ambientes repletos de negatividad, con heroínas
llevadas hasta el límite. Un verdadero filón para él que adoraba lo tortuoso,
lo turbador, lo alarmante, … ingredientes
como hechos a su medida, siendo un maestro, como lo era George Cukor, en sacar
el máximo rendimiento de sus actrices
protagonistas, aunque no siempre con métodos muy ortodoxos.
Así, Hitchcock, eligió
la novela La posada de Jamaica, oscura
y sórdida, y la adaptó al celuloide, en
1939, siendo la última obra de su etapa inglesa. Para ello, contó con la
irlandesa Maureen O’Hara, mostrándonos la bruma de Cornualles en una historia a
la que se dice que no quiso ser demasiado fiel, pues era una obra muy conocida,
para no perjudicar a la intriga de la propia cinta.
Luego, cruzó el charco contratado con el gran productor
norteamericano para hacerse cargo de la primera dirección en ese país: la
extraordinaria Rebecca (1940) ,
novela con una trama y ambiente
admirables y con un suspense hecho a la medida del director. Historia inquietante,
y con una protagonista (Joan Fontaine) que se nos mete en el bolsillo desde el
primer momento, por su fragilidad. La última vez que la vi fue en la Filmoteca
Nacional y recuerdo esos planos de la actriz mostrando temor y timidez, como un
pajarillo caído del nido. Rebecca fue
todo un éxito, hasta el punto que se hizo con la estatuilla a la mejor
película, aunque no al mejor director, que cayó en manos de John Ford por Las
uvas de la ira, para disgusto de nuestro Alfred.
Finalmente, en 1963, comenzó el rodaje de otra nueva adaptación
de un pequeño relato (Los pájaros y otras
historias) de Daphne, Los pájaros.
No obstante, Hitchcock no se basó solamente en este cuento, ya que dos años
antes, de su rodaje, se produjo un ataque inexplicable de aves en una población
norteamericana, que Hitchcock siguió y exploró
a través de las noticias y utilizó para su trabajo. Aquí se decidió por una
actriz publicitaria, la norteamericana, de ascendencia nórdica, Tippi Hedren,
con un rodaje duro y peligroso, sobre todo para la actriz a quien el director
martirizó y acosó hasta el llanto.
Los tres son magníficos y singulares relatos que han dado
lugar a tres excepcionales y bien entramadas películas. La creatividad y el
ingenio de ambos son todo un lujo para los que gozamos tanto de un buen libro
como de una buena cinta.
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