Hubo un tiempo en que las gentes del campo se bañaban en
las acequias y las balsas destinadas al riego agrícola. Lúdica actividad
que se cobró, por desgracia, más de un muerto, como ocurrió en una
ocasión en El Palmero de La Aljorra, con el resultado de tres ahogados.
Los de Lobosillo se sumergían en el pantano de Villa
Antonia, y era tal la animación que mi informante me contaba que los más
avispados montaban puestos de «refrescos de limón y naranja 'escurría',
una patata 'cocía' con una 'miaja' de canela». Se jugaba a los bolos y a
una competición cruel con los animales que hoy día sería impensable
pues se enterraba a un pollo en el suelo, con la cabeza fuera para que
los concursantes situados a una determinada distancia arrojasen piedras,
cinco a 15 céntimos, llevándose el preciado ave aquel que le diese en
la testa. Esta actividad festiva o deporte rural cruel formaba parte de
muchos programas festeros en nuestra tierra, en Santa Ana hasta hace
algo más de treinta años.
Muchas localidades celebraban fiestas patronales durante
el estío y hasta los caseríos organizaban sencillas fiestas veraniegas
con meriendas, bailes a cargo de los músicos del propio vecindario o
simplemente con gramófono, cintas en bicicleta para los infantes y poco
más. Era muy apreciada la horchata de almendra, en muchos casos de
elaboración casera, con la que se obsequiaba a los vecinos que ayudaban
desinteresadamente a descascarar almendra en las siestas o por las
noches, al fresco. Otros le pegaban buenos tientos a la cántara que
contenía 'paloma', nombre debido al color blanquecino resultado de
mezclar agua fresca del aljibe y una chorraica de anís cazalla, nunca
dulce. Los que venían acalorados de trabajar en el campo solían verter
un poco de vinagre al agua y una cucharada de azúcar para endulzar la
bebida que tanto los refrescaba.
El baño en la playa se limitaba, para muchos, al día de
Santiago y al de la Virgen de agosto. Me han comentado en muchas
ocasiones que las familias alquilaban casas o más bien habitaciones con
derecho a cocina en Los Alcázares, por unos días, y hasta allí marchaban
con una tartana o un carro cargado de jaulas de pollos, conejos vivos y
gavillas de leña para cocinarlos en la semana de asueto. Guardaban un
morcón grande y hasta un jamón de la matanza de Pascua para el veraneo.
El baño era por la mañana, por la tarde el paseo y el baile llegaba con
la noche, en el club frente al hotel balneario La Encarnación, una gran
plataforma de madera que se adentraba en el mar. Otro lugar muy
frecuentado por los danzantes era el San Antonio, aún en pie sobre la
mar chica. En la terraza de La Encarnación, establecimiento centenario,
los artistas y sus orquestas amenizaban las horas, costumbre que se
sigue conservando con éxito. En el Café de la Feria cantaban estrellas
de la canción como Antonio Machín o de la revista como Celia Gámez. Muy
cerca, en el bar La Tropical, cada día más pujante, se consumían con
avidez los célebres 'blancos y negros'.
Si los huertanicos se instalaban en la zona comprendida
entre el carril de las palmeras hacía Los Narejos, los
'campocartageneros' lo hacían más bien en la Bocarrambla. En sus
inmediaciones, zona militar perteneciente a la base aérea, se conserva
aún una abandonada vivienda, conocida como Casa del Cura, que se dice
fue ocupada por el aviador Ramón Franco y su pareja, que no pasaron por
el altar. Allí clavaban cuatro palos o cuatro hierros para sostener una
lona o algunas mantas por sombraje. Este sencillo habitáculo facilitaba
la estancia por unos días o incluso una o dos semanas, como mucho. Los
hombres marchaban por la mañana a sus faenas, regresando al anochecer y
las mujeres y los niños quedaban en el campamento estival. Hasta finales
de los años 70 se observaban gran número de camiones y furgonetas los
fines de semana. Toda una acampada salvaje, pero muy familiar.
Otros preferían establecerse en Los Urrutias o Los
Nietos. Por proximidad geográfica los moradores de la zona oeste se
desplazaban en carros o bicicletas hasta Puerto de Mazarrón, Isla Plana,
La Azohía o La Chapineta. El Puerto llegó a ser conocido como Villa
Jarapa debido a la gran cantidad de barracas levantadas por los
bañistas.
Las mujeres de antes se confeccionaban sus propios
bañadores con sacos de hilo que contenían el azúcar en las tiendas.
Recuerdan a una señora muy graciosa y muy gruesa de Los Vivancos (Fuente
Álamo) enfundada en un traje de baño de aquellos tan rudimentarios, con
un letrero en el trasero que decía: «Se alquila la parte de atrás, que
la de delante es p'a que trabaje mi marido».
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