Por José Sánchez Conesa "El tío del saco"
(A mi hermana Águeda, niña creyente en Jauja)
Recuerdo de crio como nuestros padres y tíos nos hablaban de una
tierra maravillosa llamada Jauja, donde las casas eran de chocolate y
las golosinas abundaban por doquier a disposición de cualquiera, no
existían colegios y todo era juego y diversión. Apremiábamos a los
mayores a viajar a ese esplendoroso lugar al instante pero esa marcha
siempre se posponía por algún motivo. Esta historia la conocían nuestros
padres porque a su vez les fue narrada en su infancia por sus
progenitores.
No cabe duda que a la propagación del mito contribuirían los cuentos
de Calleja, libritos minúsculos de unos 5 cm que fueron reeditados en la
postguerra para alegrar la existencia de los niños. Uno de aquellos
ejemplares estaba dedicado a Jauja.
Saturnino Calleja (1853-1915) fue editor, pedagogo y escritor,
hondamente preocupado por sembrar en los infantes el amor a la
literatura. De su propia cosecha fue el remate de los cuentos: «Y fueron
felices y comieron perdices, y a mí no me dieron porque no quisieron».
También nos ha quedado de estas narraciones cortas, que no dejan de
reeditarse en diversos formatos, la última recopila en varios volúmenes
unos 300 cuentos, la repetida expresión por todos: «Tienes más cuento
que Calleja». Se suele reservar para aquellos que inventan mil historias
con el objetivo de justificar una labor no realizada o aplazada.
Fue Lope de Rueda (1510-1566), uno de los primeros actores
profesionales españoles y autor teatral, el creador de un paso titulado
'La tierra de Jauja'. Los pasos eran unas breves obritas, de carácter
cómico, que se representaban en los entreactos o intermedios de las
obras de mayor enjundia. Más tarde serán llamados entremeses o sainetes.
En el texto de Lope de Rueda dos rufianes desean comerse las albóndigas
de una cazuela que porta Mendrugo, un ingenuo labrador, destinada a su
mujer, presa en la cárcel. Para ello inventan la historia de Jauja, un
lugar en el que azotan a los hombres que quieren trabajar, existen ríos
que manan leche, fuentes de mantequilla y requesones, de los árboles
cuelgan tocinos y existen asadores de 300 pasos de largo con gallinas,
capones y perdices; cajas con confituras, mazapanes, merengues, arroz
con leche, etc. Por aquellos años las tropas que mandaba Pizarro en el
Perú llegaron hasta una población en la que se apoderaron de unos
depósitos de alimentos, ropas y objetos de valor. Se llamaba Jauja,
aunque sea un vocablo quechua y aymara, se mantiene la hipótesis que
fuese así nombrada por los conquistadores españoles en recuerdo del
pueblo de Jauja, una pedanía cordobesa que pertenece al municipio de
Lucena. El topónimo es de origen árabe y significa pasillo, un pasillo a
la fantasía, añadimos nosotros.
Utopía de los hambrientos
Según Umberto Eco aparece por primera vez Jauja durante la Edad
Media, en un poemilla del siglo X, Versus de Unibove. El protagonista es
un campesino que hace creer a sus perseguidores que en el fondo del mar
hay un reino de felicidad, de esa manera les induce a precipitarse en
él y se libera de la persecución. Otras fuentes de inspiración procedían
de Oriente, en las novelas persas se recuerda a menudo el país feliz de
Shadukian. Aparece en la fábula del siglo XIII Li Fabliaus de
Coquaigne, el país de Cucaña, que es similar a Jauja y fue pintado por
Pieter Brueghel el Viejo. Ese territorio legendario de Cucaña dio nombre
al juego de la cucaña, consistente en trepar por un largo mástil, a
veces engrasado, para alcanzar en su extremo más alto el premio de un
jamón o una gallina.
La Tierra de Cucaña, Pieter Brueghel el Viejo, 1567
En 'El perro de Diógenes' (1687), de Francesco Fulvio Frugoni, sitúa
la isla de Jauja en el mar de Calducho, corriendo por ella ríos de leche
y manando fuentes de moscatel, malvasía, vino dulce. De los árboles
cuelgan mortadelas, los montes son de queso, los valles de mascarpone y
de los cielos granizan confites. Como vemos la tradición es imprecisa en
cuanto a la ubicación geográfica de Jauja, así en el Decamerón la
llamada tierra de Bengoli, donde atan los perros con longaniza, es la
tierra de los vascos.
Umberto Eco establece una gran diferencia entre la idea de Paraíso
terrenal, centrada más en los bienes espirituales que la concepción
materialista de Jauja o Cucaña, o cualquiera de los nombres que ponen
palabra al deseo de felicidad de los pobres de la tierra. Escribe Eco:
«Los variados relatos se dirigen menudo a los desheredados,
anunciándoles que también para ellos ha llegado por fin la hora de vivir
regaladamente. La leyenda de Jauja no nace en ambientes imbuidos de
misticismo, sino entre las masas populares que padecen un hambre
secular».
Asociado al mundo de Jauja está el mundo al revés como en el
carnaval, un rústico se puede burlar de un obispo, un pez pesca a un
pescador, unos animales admiran curiosos a dos seres humanos enjaulados.
El país al revés aparece ya en las miniaturas marginales de códices
medievales y a él se alude en la literatura rabínica: «He visto un mundo
al revés. Los poderosos están abajo, los humildes en lo alto». Los
Evangelios garantizan que a los pobres les está reservado un lugar más
alto en la otra vida. En un cuento de los hermanos Grimm (1812) se
funden el concepto de Jauja y el del mundo al revés.
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