domingo, 10 de agosto de 2014

La estética del mal

Por Raúl S. Saura
*As always, los incautos curiosos pasarán por parrilla en casa Lecter.

Abandonad toda esperanza

Para quienes no tenemos miedo de disfrutar del mundo sensible, la comida es uno de los mayores placeres en nuestras vidas. Para el doctor Hannibal Lecter también, solo que ya sabemos todos como se las gasta desde que a principios de los 90 Sir Anthony Hopkins lo interpretara. Parecía que nadie igualaría la perversa actuación del británico, capaz de helarnos a todos la sangre y de olerle las bragas a Jodie Foster. De ser así hoy no estaríamos hablando de Hannibal.
Muchos fans del proto-lacaniano (Žižek dixit) psiquiatra nos temimos que la apuesta de la NBC por recuperarlo en su madurez, cuando campaba a sus anchas, supondría uno de los mayores batacazos de la historia. A nivel de audiencias, quizás. Pero la primera temporada aventuró un presentimiento que se ha cumplido con la segunda este año. Hablamos de una de las mayores series de la actualidad. Sin más. Tal que así. Porque Hannibal no es solo un disfrute audiovisual, sino también gastronómico.
Jugaron con fuego al emitir una apuesta tan arriesgada en abierto pero decidieron renovarla por un año más y les debemos agradecer a los jefazos de la NBC su valentía y su aportación fundamental a esta edad de oro de la televisión. Que es solo una desde el inicio de The Sopranos; no se desvaneció en ningún momento, agoreros del alma.
En esta serie cada plano, cada mirada y línea de diálogo se mastican y sólo algunos logran paladearlos porque no está hecho para todos los públicos/paladares. Apuesta aún más valiente, las cosas como son. Pero tener a Hannibal, algo así como el Bulli de las series de televisión, es algo de lo que no puede presumir cualquiera.
Esta segunda temporada ha seguido por donde dejamos la anterior, con una partida de ajedrez infernal entre dos mentes privilegiadas: la del manipulador caníbal y la del empático investigador Will Graham, tras el primer tanto para nuestro carnívoro predilecto en la primera temporada. Pero Will no se achanta: está ahora seguro de la maldad de Hannibal y de sus apetencias culinarias, y no pretende dejarlo escapar en ningún momento. Ni el psiquiatra de terminar la fiesta.
Él disfruta de la vida, es un auténtico dandi y parece consagrado a pasarlo bien sin importarle los sueños de la moralidad. Implacable, hace cualquier cosa por sobrevivir y controlar a los demás para no alterar su estilo de vida. Si a ello unimos su cultivado intelecto, nos hallamos ante todo un monstruo. En este contexto se ha desarrollado la segunda temporada, superior a la primera, en esta lucha fraticida entre los protagonistas. En el descubrimiento de la realidad de Jack, Alana, Katz… y su alineamiento para la batalla final en casa de Hannibal. Tras casi quedar cancelada, Bryan Fuller decidió poner toda la carne en el asador desde el primer momento y ofrecernos una segunda tanda de vértigo y de quiebros sangrientos por doquier, sin dejarnos respirar un poco en medio de todo el aire viciado. De esta escalera descendiente. Nos han ido arrastrando en una imaginería de ensueño donde cuanto veíamos aparecía sacado de una pesadilla, a ello ayudaba la música, la decoración, el menú… De perdidos al río, debieron de pensar, y como muestra tenemos el prólogo brutal, el loco episodio 9, la caída del doctor Chilton, las reapariciones de Abigail y Miriam, este momento:

Si me cortan una pierna que me la cocine Hannibal Lecter

Y, finalmente, la finale. De órdago la Red Dinner, como la llaman ya. Hemos presenciado hasta ese momento cómo el duelo entre Hannibal y Will puede causar víctimas dolorosas, cómo juegan en la serie a inventar su propia narrativa y poner en juego la existencia de personajes aún vivos en El silencio de los corderos, y sabemos que cualquier cosa ocurrirá. Ahora tememos por la vida de Jack, hasta por la de Graham, tras las muertes de Abigail y la sangrienta lluvia de Alana. No existe redención posible, Hannibal no es una persona sino el mal personificado. Usará a quien tenga que usar y se comerá a quien quiera. Da igual cuanto nos preparemos, da igual con cuantos ayudantes contemos, siempre se podrá despedir de nosotros acuchillándonos. No habrá paz contra el monstruo.
Tamaña historia, tan increíble como inapropiada para gente con el estómago delicado, ayuda mucho a ser creída con las actuaciones de Mads Mikkelsen y Hugh Dancy. Uno no sabe por cuál decantarse, ni siquiera en el último momento, en el inolvidable Mizumono (como la primera tanda contó con platos franceses como títulos para los episodios, esta se ha bastado con platos japoneses y ese postre de temporada).
Y en medio de esta desquiciante partida de ajedrez, este juego del gato y del ratón (¿quién es quién?) entre ambos protagonistas, los demás personajes no son sino peones que recrean un universo enriquecedor de esta serie. Como los Verger, por ejemplo. Con los cerdos caníbales, las desfiguraciones de rostro… el momento más gore jamás, con Michael Pitt  en la oscuridad.
Interesante guiño a Cronenberg y sus Dead Ringers, como hicieran en la primera temporada con el Resplandor de Kubrick.
La incorporación de Pitt a la serie, pese a recibir cierto criticismo por su manierismo y su personaje tan volcánico, a mí me ha resultado de lo más interesante, de las mejores ideas de este año en tanto sirve de trampolín para Mizumono y deconstruye (olvidemos lo de la cara, por favor) una historia hasta entonces contada de otra forma. Si Hannibal reescribe la historia de Hannibal, ¿no habremos de temer por Jack y Will, desangrándose al recogerse los platos del episodio y la temporada? Cualquier cosa puede pasar, cualquier quiebro de guión tan valiente como irreversible en cualquier momento, y el final nos los trajo. Después de aquella sangría final, ¿quién acompañaba al lituano sino Bedelia du Maurier? Cuanto sabe a este punto sobre su ex paciente, si es una mente criminal o una pobre manipulada por Lecter, sólo podemos aventurar.
La apuesta arriesgada de la serie no reside en su temática (que también) sino en la manera en que lo cuenta. En un terreno pesadillesco plagado de escenas atrevidas, donde (reconozcámoslo) disfrutamos con el mal. Los platos preparados por Hannibal despiertan hambre y muchos acabamos los episodios atracando neveras por la gran habilidad para idear cosas como esta:

José Andrés ejerce de consejero culinario de la serie. A la hora de enorgullecerse del producto nacional, yo comenzaba por ahí

Esta segunda temporada de infarto nos condujo a un episodio final de visionado obligatoriamente múltiple y digno fin de serie en caso de ser cancelada tras el cual nada volverá a ser igual. Nada PODRÁ volver a ser igual. Lo que en Dexter nunca vimos, lo que ocurrió en Breaking Bad a dos episodios de la despedida, ha pasado en Hannibal al final de la segunda tanda. Todo ha saltado por los aires y ahora se avecinan tiempos de persecución al siniestro caníbal, tan complejo como conocido por el FBI. Capaz de hacernos disfrutar con sus platos cocinados con devoción, horror, gula y lujuria. Más allá de las innumerables referencias a prácticamente todo (en casa del psiquiatra es norma común debatir sobre Dios), lo que consiguen en la serie es recrear un escenario donde el mal sin reservas logra atraer tanto. Donde se estiliza hasta lo moralmente doloroso el mal más descarnado. Meteríamos a Hannibal en la cárcel, sí, pero le daríamos un premio gastronómico.
Nos queda bastante por esperar, pero nos imaginamos ya cómo será la tercera temporada (se planean siete, la cuarta ya correspondería a El dragón rojo), una persecución infinita, atrás las invitaciones a cenar a la mesa Lecter. No sabemos lo que ocurrirá, pero estamos deseando con todas nuestras fuerzas verlo de una vez. De abrir los ojos y regresar al tortuoso mundo habitado por los personajes de esta serie única en el panorama, que apela al gusto y hasta el tacto para disfrutarle plenamente. Quizás algún día nos arrastre con ella, hasta entonces ¡acordaos en los Emmy de que existe, copón!



P.D.: 9/10, la narración aún experimenta algunos baches y personajes poco queridos como Freddie, pero la situación ha mejorado mucho con respecto al año pasado. 

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