lunes, 29 de diciembre de 2014

Cuando Homeland volvió a ser heroína en vena

Por Raúl S. Saura 

 

Allá por el 2011 toda la blogosfera se apresuró por elevar a los altares a Homeland tras una primera temporada de sospechas y riesgos cardiovasculares. La nueva serie de televisión protagonizada por Claire Danes y Damian Lewis cautivó rápidamente a críticos de diferentes credos, quienes no dudaron (ni nosotros, los meros fans) en colocarla en el primer puesto de muchos ránkings como lo mejor del año. La segunda tanda, repleta de acción al más puro estilo 24, mantuvo la tendencia y nos entregó una finale de aúpa y unas premisas espectaculares para la tercera. Las expectativas nunca se cumplieron. En su tercer año, la serie creada por Howard Gordon y Alex Gansa se vino abajo como un castillo de naipes, la audiencia se quejó del considerable bajón de calidad y llegó al final de temporada con bostezos ante el histórico sacrificio ofrecido.

Spoilers a partir de aquí 

La muerte de Brody y su reconocimiento en forma de tintada estrella no pareció sino la despedida de la serie tras un último año pésimo en comparación con los dos anteriores pero, en líneas generales, disculpable por lo cerrado del mismo. Sin embargo, la cadena Showtime anunciaba una cuarta temporada y los seriéfilos (no toda la legión inicial de seguidores) nos decidimos a verla con pesar, como la decadencia de un familiar. Y la verdad es que Homeland se ha marcado un año propio de sus inicios.

 
Haissam Haqqani, el Che Guevara de la yihad

Con los protagonistas radicados en Pakistán y nuevos personajes en el horizonte (repitió Lockhart, el director de la CIA, de los pocos aciertos de la tercera temporada) observamos a nuestra Carrie instituida en Drone Queen y ordenando la destrucción de un hogar donde se cree localizado Haissam Haqqani, un líder de la yihad. Estados Unidos resultó masacrar una boda y despertar conflictos en todo el mundo. Porque Homeland, desde el primer momento, ha sido una serie sin vergüenza a la hora de criticar las incursiones de su país en otros por medio de la ficción. Los errores de cálculo, las torturas, las miradas cortas, los movimientos politiqueros... siempre han aparecido y este año comenzaron con uno de los más gordos que sacudió a algunos personajes ya bastante sacudidos de por sí. Nuestra Carrie, madre de una niña idéntica a Brody, es incapaz de cuidarla y la cede a su hermana, como si temiera ver el rostro de él en ella, como si llamada de la selva pesara aún más. Carrie Mathison es una de las fuerzas vivas más poderosas de su nación y de la Agencia Central, el mayor azote del terrorismo que hayamos conocido. Y también bipolar. Y una nulidad en cuestiones familiares.

Conviene recordarlo porque esta serie es como ella, loca, se desdobla, capaz de ofrecernos ingenio e ingenuidad, elevarnos y empujarnos hasta caer en una constante montaña rusa no apta para todo el mundo, sobretodo en sus descensos. Pero, de alguna manera, resurge y lo ha demostrado este año, en esta temporada, con un potente pistoletazo (nunca mejor dicho) de salida en el sexto episodio para ya no bajar. Así nos dimos cuenta de que Aayan sirvió como calentamiento y de que nos deberíamos centrar en el reaparecido Haqqani, el nuevo enemigo de los USA. A partir de entonces y gracias a sus diálogos con el capturado Saul, un buen anciano que quiere servir y vivir tranquilo, la versión blanca de cualquier personaje de Morgan Freeman. Conocimos a un hombre que sigue un fuerte código moral, que piensa y parece poseer cierta razón en sus palabras. Es decir, a un interesante antihéroe que incomoda nuestra conciencia. Pero, más adelante, la misma serie echa por la borda esa doblez. Esta crítica no viene a la ligera, Homeland (Abu Nazir, Javadi) nos ha proveído en los últimos años de los mejores malvados de la pequeña pantalla junto con Sherlock (Moriarty, Magnussen) y Boardwalk Empire (Rossetti, Narcisse) pero, como ya ocurriera con Brody en la segunda temporada, ha destrozado la complejidad del personaje y lo ha colocado incuestionablemente en uno de los bandos. En el caso del atormentado pelirrojo fue con los ángeles, en el caso del terrorista, con los malos malísimos. 

En fin, parece un error estructural de los guionistas, que rechazan una incógnita, una duda tangible, sobre los personajes y, de manera flagrante, les resta complejidad. Haissam Haqqani no puede más que ser malo cuando apaliza prisioneros, usa niños de escudo humano, bombardea yankis y ataca sus embajadas. Ontológicamente le quita encanto, cierto, pero aquel fue el momento álgido de la serie este año, todo hay que decirlo. El asalto a la embajada en Islamabad no sólo degeneró en muertos, propulsó tramas de traiciones y humanizó directores, también (a la postre) ha marcado la ruta para la próxima temporada ya confirmada. Dijimos adiós a Farah y asistimos al rescate del capitán Quinn, de quien siempre conocimos una habilidad suprahumana en según qué momentos, así como su extrema independencia (esa surrealista escena de cazar a los hombres malos) conjugada con la presencia de sentimientos humanos. Su heroísmo al perseguir y herir a Haqqani no sorprende, su casi bombardeo del mismo tampoco, pero lo que no cuadra en los esquemas ha surgido en esta tanda con un sorpresivo enamoramiento de Carrie. Sí, coincidiendo con que el macho alfa de la serie desapareció en Irán para no volver nunca (ejem), los guionistas han dado a bien en enamorarlo de nuestra rubia en un giro tan convencional que no encaja para nada en Homeland. Simplemente, se lo podrían haber ahorrado.

Porque no solo ha quedado tan mal que ni pegado con cola, además ha entorpecido varios episodios en los que los deseos de venganza, el dolor y la humillación han estado más a flor de piel que nunca. Con una importante crítica al desenvolvimiento de Estados Unidos en Pakistán de fondo, la imagen de debilidad ha hecho daño al país que asiste ahora a cómo el gobierno pakistaní, relacionado con Al Qaeda en la serie, cancela las relaciones o la pronta dimisión del director de la CIA, quien nunca estuvo cualificado para el cargo. Sin ofender a las lasañas. Ahora, tras el trauma del ataque, la persecución contra el escurridizo Haqqani continuará para la quinta temporada. No será fácil cuando se reforzó con sus antiguos aliados después de un inolvidable intercambio de prisioneros que condujo al sufrido Saul al extremo. No lo será ni mucho menos cuando la vida personal de Carrie se ha expandido de repente. Junto a la posibilidad del romance con Quinn del que nadie ya duda, se suma que vuelva a hacerse cargo de su hija, despida a su padre (James Rebhorn, el actor, falleció en marzo) y diga hola a su madre. Una finale, cuanto menos, de impasse. Más propia de principio o mitad de temporada que de final como nos tiene acostumbrados la serie. Confiemos en que la dinamita se la guarden para el próximo año y que las lacrimógenas relaciones familiares escaseen porque Homeland no nació con esa vocación, siempre fue más valiente. Tanto como para devolvernos sospechosamente a Brody justo cuando empezábamos a despegar en la etapa post-Brody. Por un segundo hasta pareció real.

Pero aún así, con amoríos sin sentido, heridas abiertas, bajas y regresos, con el taimado murmullo de Dar Adal a las espaldas y la fina línea entre moralidad y monstruosidad, locura y sanidad, seguimos avanzando. Apelando al principio, a la duda y al peligro, a la acción que vuela todos los resortes posibles, a la heroína en vena. Porque Homeland no será una obra de arte y ensayo pero, en sus mejores momentos, sí es el mejor producto para el maratón delante del ordenador. Ha vuelto a ser eso, ojalá lo siga siendo. Y que cacen al limitado hijo de puta de Haqqani. Por Farah.

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