miércoles, 24 de diciembre de 2014

Símbolos de Navidad

Por José Sánchez Conesa "El tío del saco"

  

Parece oportuno adentrarnos en parte de la amplia simbología de estos días tan especiales. Nos centraremos en el árbol navideño y en algunos elementos que lo acompañan. Remataremos con una vieja tradición cartagenera de Reyes Magos que desapareció hace más de 150 años.

Los cristianos que comenzaron a evangelizar en el norte de Europa descubrieron que sus habitantes celebraban el nacimiento del dios del sol y la fertilidad adornando un árbol de hoja perenne, en una fecha próxima a la Navidad cristiana. Este árbol simbolizaba el Universo, en cuya copa se encontraba la morada de los dioses y en las raíces más profundas estaba el reino de los muertos. Posteriormente con la evangelización de esos pueblos, los conversos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo pero dotándolo, evidentemente, de otro sentido. 


El árbol y sus adornos

Se dice que San Bonifacio (680-754), evangelizador de la actual Alemania, tomó un hacha y cortó ese árbol pagano, que representaba a ese dios del sol y la fertilidad, aunque otros afirman que era un árbol consagrado a Thor, dios del trueno en la mitología escandinava y germana. En su lugar plantó un pino, por ser de hoja perenne, y colocó unas manzanas, simbolizando la tentación del pecado original en recuerdo del fruto comido por Adán, mientras que las velas representaban la luz de Jesucristo que alumbra al mundo. Otras interpretaciones abogan que las manzanas, simbolizarían la abundancia de la vida, la fecundidad de la tierra. Pasó el tiempo y las manzanas se transformaron en esferas, las típicas bolas que han llegado hasta nosotros, y las velas evolucionaron en las cada vez más vistosas guirnaldas de luces eléctricas. También se agregó la tradición de colocar regalos para los niños bajo el árbol, dejados allí por San Nicolás, Papa Noel o los Reyes Magos

Es posible que el primer árbol navideño como hoy lo conocemos surgiera en Alemania, donde se implantó por primera vez en 1605, comenzando así su difusión. A Finlandia llegó en 1800, mientras que a Inglaterra lo hizo en 1829 y en el castillo de de sus monarcas se vio por primera vez en 1841. La costumbre de adornar un árbol en los hogares españoles fue traída en el año 1870 por una aristócrata rusa en el palacio de Alcañices, ubicado en el madrileño Paseo del Prado, esquina con la calle de Alcalá. Aunque esa costumbre se fue introduciendo muy lentamente entre la población.

Otros símbolos del árbol navideño son las estrellas que nos recuerdan a la gran estrella que guió a los Magos extranjeros hasta el portal de Belén, significando que la Luz ilumina a todos los hombres, independientemente de su raza o creencia, porque los magos eran sacerdotes astrólogos de otra religión. Las coronas de Navidad con sus velas, lazos y frutas que se colocan a modo de centro de mesa o en las puertas de entrada a la vivienda procedería de Alemania. Se emplea el muérdago, una planta mágica para los antiguos celtas, utilizada en esas culturas por sus druidas como protección frente al mal, por ejemplo como medida profiláctica contra el temido mal de ojo. Trae, además de protección, suerte a los de la casa, por eso se coloca en forma de corona en la puerta del hogar. Igualmente las campanas y su sonido protegen del mal, algo presente en varias culturas y desde tiempos inmemoriales.

Los ángeles evocan el anuncio a María que llevaba en su vientre un Niño engendrado por Dios y, además, ellos fueron los que anunciaron su nacimiento a los pastores, los primeros en acudir para adorarle con sus mejores presentes. Incluso una letra de nuestro aguilando campesino lo relata así: “Los pastores no son hombres,/ que son ángeles del cielo/ y en el portal de Belén/ ellos fueron los primeros”. La sé muy bien porque lo he cantado durante muchas Nochebuenas de casa en casa. 


Los Magos en Cartagena

El cronista Federico Casal escribió en 1947 su Folklore cartagenero que una de las añejas tradiciones de la tierra era la llegada, entrada y estancia de los Reyes Magos en Cartagena, entre gran regocijo de grandes y chicos. Procedían de alguna de las diputaciones rurales, indicando Casal que de manera habitual de La Aljorra, por ello los Reyes, que montaban en briosos corceles y lucían hermosas vestimentas, se acompañaban de un nutrido cortejo de campesinos “ataviados de calzón corto, monteras de piel de conejo y, a guisa de chalecos, zamarras teñidas de diferentes colores, calcetas y esparteñas y, zagalas y zagales ataviados con lo mejorcito del arca, tocando zampoñas y panderos y, cantando coplas alusivas del acto. Todos traían algo que ofrendar al recién nacido, corderos, quesos, miel, tortas, aves, y grandes cestas de almendras, pasas, higos y piñones”. Hermosa descripción la del cronista oficial que por ello reproducimos textualmente, y que continúa para señalar que el sequito real cruzaba el barrio de San Roque, la zona que hoy conocemos como calle del Carmen y Jabonerías, proseguía por las Puertas de Murcia y calle Mayor para dirigirse a la catedral antigua donde les esperaban el clero y las autoridades municipales. Una vez descabalgados los Reyes dirigían sus pasos al portal de Belén instalado en una capilla para arrodillarse ante el Niño y que los pastores dejasen sus ofrendas. Más tarde recorrían la ciudad repartiendo los citados higos, pasas, almendras y tortas hasta que eran despedidos por todos en el arrabal de San Roque. Esta fiesta de adoración de los Magos tenía lugar los años de buenas cosechas y dejaba de celebrarse los años de sequía y miseria, que no eran pocos. Desapareció a mitad del siglo XIX, aunque no nos informa sobre su origen, que parece apuntar a una tradición de siglos. Termina su relato reseñando que en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera se hizo un año, entre 1923 y 1930. La última ocasión fue en 1947, el año en que escribe su narración, efectuándose con toda brillantez, mérito que atribuye al alcalde Manuel Zamora.

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